El tiempo se fracturó en el instante en que los ojos de Elena se abrieron. No eran los ojos de una mujer que despierta de un largo sueño. Eran los de una galaxia naciendo, un universo de plata líquida que observaron el laboratorio, a Leonardo, a su hija, en un solo y abrumador segundo. Eran los ojos de Selene, pero multiplicados por un poder y un dolor que abarcaban décadas.
Su cuerpo, frágil y debilitado por quince años de sueño y estasis forzada, se desplomó en el suelo inundado por el líquido criogénico, pero su mente, la mente de la Oráculo, estaba despierta. Y estaba furiosa.Leonardo Lombardi soltó un grito que no era de un científico, sino de un rey al que le acaban de robar la joya de su corona en el momento mismo de la coronación. La transferencia se había interrumpido en su punto álgido. El don de la inmortalidad se le había escapado entre