La despedida, cuando llegó, fue tan silenciosa como el resto de su extraña convivencia. A la mañana siguiente, Mar simplemente ya no estaba. Se había ido antes del alba, sin una nota, sin un adiós. Solo dejó sobre la mesa de la cocina su cuaderno de dibujos, abierto en la página que mostraba a la criatura de agua. Era un regalo y una advertencia. Un recordatorio de lo que era y de lo que podía llegar a ser.
Selene encontró el cuaderno. Pasó los dedos por el dibujo. Y sintió una mezcla de pérdida y alivio. La pieza más inestable de su manada se había ido. Ahora solo quedaban ellos dos. La loba y el león. Y se sentía, a la vez, más fuerte y más vulnerable que nunca.Florencio encontró a Selene mirando el dibujo.—Está mejor sola —dijo él, su voz práctica, pero con un matiz de empatía que antes no hub