Selene se quedó inmóvil en la habitación de Mar, el eco de esa nueva voz, de esa nueva certeza, resonando en sus oídos. “Ya sé quién soy.” No había sido la declaración de una chica rota. Había sido la de una potencia naciendo. La piel se le erizó. Su plan de controlar a Mar, de usarla como un peón dócil, se había desintegrado. Había intentado ponerle una correa a una tormenta, y en su lugar, le había enseñado a la tormenta a pensar por sí misma. El error era monumental.
Salió de la habitación, el corazón latiéndole con una nueva alarma. Encontró a Mar en la cocina. No estaba llorando ni temblando. Estaba preparándose un sándwich con una calma metódica que resultaba profundamente perturbadora. Se movía con una gracia nueva, fluida, como si su cuerpo finalmente estuviera en sinton