El disparo solitario no fue el estruendo de una batalla. Fue el sonido de una cortina alzándose. Un acto deliberado de terror psicológico. El silencio que siguió fue aún peor, una quietud cargada con la promesa de una violencia inminente. Dentro de la cabaña, el tiempo pareció espesarse, volverse un almíbar denso en el que cada movimiento era lento, cada pensamiento, pesado.
Florencio reaccionó como el soldado que era. Se lanzó al suelo, arrastrándose hasta su posición junto a la ventana principal, su cuerpo un nudo de músculos entrenados. Apoyó el fusil en el alféizar, su ojo pegado a la mira telescópica, barriendo la negrura del bosque. No veía nada. Y eso era lo que más lo aterraba. Estaba ciego, dependiendo de los sentidos de una mujer que su lógica aún se negaba a comprender del todo.—No dispares —dijo la voz de Selene, tran