El aire en la cabaña se enrareció. No fue un cambio de temperatura, fue un cambio de textura. Se volvió denso, pesado, como el aire que se respira en una habitación donde alguien acaba de morir. Florencio, aún con la adrenalina del disparo cantándole en las venas, sintió un frío reptiliano que le trepó por la espalda. Vio el rostro de Selene, antes concentrado en la batalla exterior, ahora transformado en una máscara de una intensidad casi sobrenatural, sus ojos plateados fijos en la figura de Mar.
Mar ya no era Mar. Su cuerpo, aunque inmóvil en el sillón, había empezado a temblar con una vibración fina, casi imperceptible. Sus ojos, cerrados con fuerza, se movían erráticamente bajo los párpados. Una fina línea de sangre, la misma que Selene había visto antes, volvió a brotar de su nariz, un estigma oscuro sobre su piel pálida. Y de sus labios entreabiertos escapaba un murmullo, un susurro que no eran palabras, sino el eco de una lucha interna.
—¿Qué le pasa? —preguntó Florencio, su v