La decisión de Florencio de contraatacar a Blandini transformó la cabaña en el epicentro de una guerra invisible. Los días dejaron de medirse en amaneceres y atardeceres, y pasaron a medirse en filtraciones de prensa, en tuits de políticos y en las llamadas tensas y constantes con Giménez. El aire olía a café rancio y a la electricidad estática de la conspiración.
Para Selene, fue como ver a un león enjaulado al que, de repente, le devuelven una porción de su sabana. Florencio estaba en su elemento. Ya no era el hombre confundido que luchaba contra conceptos místicos. Era el animal político, el depredador que olía la sangre de su rival y se movía para el ataque. Pasaba las horas trazando diagramas de flujo, conectando nombres, diseñando la campaña de desprestigio perfecta. Y en su fervor, se olvidó de la mujer que compartía su jaula.O