La cabaña se había convertido en una prisión de lujo para una sola persona, y esa persona era Florencio. Este había vuelto a la cabaña, tenía mucha información que no podía procesar a solas, o con Giménez. Quiera o no, necesitaba la compañía de Selene. No podía permanecer en conflicto, ni en disonancia, con su compañera, su loba. Mientras tanto Selene, ella había encontrado una forma de lidiar estos días con la soledad y el encierro: la disciplina física, el entrenamiento, la reconexión con el bosque. Pero él… él estaba atrapado en una jaula de datos, de informes y de una paranoia que crecía como la hiedra, asfixiando su lógica.
Florencio pasaba más de dieciocho horas al día frente a la pantalla de su laptop, sus ojos enrojecidos recorriendo líneas de código, informes de vigilancia y perfiles psicol