La decisión de Selene no fue una propuesta. Fue una sentencia. Cayó sobre la cabaña con el peso de lo irrevocable, y la atmósfera, ya cargada, se volvió casi irrespirable. Florencio la miró, la incredulidad luchando con el pánico en su rostro.
—¿Entrar con ella? ¿Qué carajo significa eso, Selene? ¡No es un videojuego! ¡Es la mente de un psicópata!—Ay, Florencio. Es un decir —susurró ella, sin apartar la mirada de los ojos aterrorizados de Mar—. Si voy a ser su ancla, necesito estar conectada a la cuerda, que sienta que estoy con ella. Necesito sentir la tensión, saber cuándo tirar. No puedo guiarla si cree que lo hago a ciegas desde la orilla. Tiene que sentir que me he metido en el agua con ella. Solo entraré y saldré, la cuidaré desde acá.—¡Podría matarlas a las dos! ¡O peor, podr