La calma en la cabaña era una mentira bien construida. Detrás de la fachada de agotamiento y silencio, se tejía una nueva y siniestra estrategia. Florencio, con la ayuda de Giménez, había pasado la noche localizando al líder mercenario herido. Rizzo no había ido lejos. Se había refugiado en una vieja estación de servicio abandonada en la ruta, un lugar miserable para curarse las heridas y maldecir su suerte. Estaba solo, abandonado por los pocos hombres que le quedaban, que habían huido despavoridos tras la masacre del cañadón.
Era una presa fácil.—Mis hombres pueden levantarlo ahora mismo, si querés —dijo Florencio, hablando en susurros con Selene en la penumbra de la sala. Mar dormía en el sillón, sumida en un sueño profundo y agitado—. Lo traemos acá. Y yo me encargo del resto. Tengo métodos para hacer hablar a la gente.