El fin de las ilusiones no trajo consigo el alivio, sino el horror de la realidad. El aire, antes cargado de una tensión psíquica, ahora se espesó con algo mucho más primario: el olor a almizcle de una docena de depredadores listos para matar. Los luisones reales emergieron de cada rincón oscuro de la usina, no como fantasmas, sino como moles de músculo y furia, sus ojos amarillos fijos en las tres presas humanas que el espectáculo de su amo les había dejado como recompensa.
—Esto no es una ilusión —la voz débil de Selene fue un susurro ronco desde los brazos de Florencio—. Es él. Ya está acá. Lo ha visto todo.
Kael no necesitó más confirmación. Su rostro de mercenario se contrajo en una sonrisa torcida y letal.
—Perfecto. No me gustaba la idea de irnos con las manos vacías —cargó su fusil—. ¿Dónde está el líder de ellos?
—El Alfa —lo corrigió—, está arriba —su mirada fija en la oscuridad de la pasarela superior donde había sentido a Elio—. Yo voy por él. Encárguense de estos.
Flo