106.

Horas después, Florencio se encerró en su despacho.

Selene volvió a la habitación.

Se sacó el vestido.

Se acostó sobre la cama.

Y miró su propio cuerpo.

Buscó la cicatriz.

Ahí estaba.

En el centro del pecho.

Pequeña.

En espiral.

Como una semilla que nunca terminó de abrirse.

Apoyó los dedos sobre ella.

Y cerró los ojos.

La memoria no volvió de golpe.

No fue un recuerdo.

Fue un olor.

Sangre caliente.

Sal.

Y la voz de su madre:

“Esa marca te la puse yo. Para que cuando venga el momento... sepas quién sos.”

Selene apretó los párpados.

Y vio la laguna.

De noche.

Y a un hombre.

Rubio.

Con una faca en la mano.

Y una sonrisa de oro.

🌑 🌊 🐾

Selene se incorporó bruscamente.

El aire del cuarto le parecía más espeso. Como si hubiera entrado agua salada por debajo de la puerta.

Se miró las manos.

Temblaban.

No era miedo.

Era una verdad rasguñando desde dentro.

Florencio no era el primero con cabello rubio y mirada asesina.

Había otro antes.

Uno que había visto con los ojos de niña. Uno que sonr
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