099. El Espectáculo que me Debés
La risa de Elio, grave y burlona, no era un sonido. Era una entidad. Llenó el vasto espacio de la Usina, rebotando contra el hierro oxidado y el hormigón, un eco que parecía nacer de las propias paredes y del pasado sangriento del lugar. Las siluetas de los luisones emergieron de cada sombra, no como una jauría desordenada, sino con la precisión de una unidad militar, bloqueando cada salida, cada posible ruta de escape. Sus ojos amarillos como una constelación de estrellas malignas en la penumbra, todos fijos en las dos mujeres en el centro del escenario.
La trampa se había cerrado sobre ellos. La Usina no era el escenario de Selene. Era el coliseo de Elio.
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Desde la sala de control en el segundo nivel, Florencio vio cómo las firmas de calor se multiplicaban en su monitor térmico. Un sudor frío le recorrió la espalda. Habían caído en la trampa como novatos. Su estrategia, su lógica, su tecnología… todo era inútil. Habían estado jugando al ajedrez en un tablero, sin saber que