098.

El sol entraba sin permiso.

Selene abrió los ojos envuelta en sábanas que no eran suyas, en un olor que ya empezaba a confundir con el suyo. No sabía qué hora era, pero la ciudad vibraba a través de los ventanales como un organismo vivo.

Se sentó en la cama. El cuerpo le dolía, pero de otra manera. Ya no por la herida. Era un dolor más hondo. De tensión acumulada. De deseo contenido. De todo lo que no había pasado... pero ya se sentía en la piel.

El departamento estaba en silencio.

Salió al pasillo.

La cocina brillaba de pulcritud. Sobre la mesada, una taza servida. Humeante. Al lado, una nota escrita con caligrafía impecable:

“Desayuná. Después hablamos.”

Ella sonrió.

No porque le pareciera un gesto amable.

Sino porque era una orden disfrazada de cortesía.

Lo buscó por toda la casa. Estudio cerrado. Puertas clausuradas. Como si él ya no estuviera.

Pero la computadora estaba encendida.

Y ahí estaba otra vez.

Su imagen.

Congelada.

En blanco y negro. En medio del bosque. Entre el humo d
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