097.
La habitación era más grande que todo el departamento de Selene en Mar del Plata.
Paredes de vidrio que daban a la ciudad, alfombra espesa como piel de animal dormido, y una cama enorme, impecable, cubierta de sábanas negras. Había un leve olor a lavanda, pero también a algo más... una nota metálica, como si alguien hubiera sangrado cerca y luego lo hubieran limpiado demasiado bien.
Florencio abrió la puerta sin hablar.
Tenía una manta en el brazo y una botella de agua en la otra.
—Podés dormir acá. Yo me quedo en el estudio.
Selene lo miró.
—¿No te da miedo dejarme sola en tu cama?
—Ya me la jugaste una vez. Estoy curado de espanto.
—Mentís bien.
—No tanto como vos.
Se acercó a dejar la manta sobre la silla. El perfume de su piel le golpeó los sentidos: whisky, tabaco rubio, cuerpo tenso. Selene inspiró sin que se notara. O creyó que no se notaba.
—¿Dormís con alguien seguido?
Florencio la miró.
—Últimamente, no.
—¿Por qué?
—Porque soy más peligroso dormido que despierto.
—Eso no res