082.

El amanecer no trajo alivio.

La luz se filtraba gris por las ventanas polvorientas del galpón. El aire olía a sal vieja, a cuerpo encerrado, a piel que no se lava.

Cata abrió los ojos antes de que la despertaran.

Ya no soñaba. Ya no podía.

O tal vez soñaba siempre lo mismo: una Selene gigante, dorada y luminosa, que la observaba sin hablar. Y detrás, Mar. Desnuda. Sonriente. Susurrándole cosas que ya no quería recordar.

Movió el cuello. El collar estaba firme.

La cuerda entre sus tobillos, floja pero presente. La marca en la muñeca, aún roja.

Y el vestido azul… doblado sobre un banco. Seco. Limpio. Como si el mar no lo hubiera tocado nunca.

Se sentó con dificultad. Los músculos le dolían. Pero no como antes. No como después del encierro o del sometimiento físico.

Era un dolor distinto. Más profundo. Más interno.

Como si algo se hubiera movido en sus huesos. En su estructura.

Como si su esqueleto se estuviera ensanchando para alojar algo nuevo. Algo que no era ella.

—Grrh…

El sonido se
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