081.
La marea subió. Lenta. Firme. Y silenciosa. Como un presentimiento.
Mar no se había movido.
Seguía arrodillada en la arena, con Cata entre sus piernas. El cuerpo tembloroso de la lobita descansaba sobre el suyo. Tibia. Temblorosa. Semihumana.
La transformación no había sido completa. Ni física. Ni emocional. Pero había ocurrido.
Y eso bastaba.
—Shh… —le murmuró al oído, pasándole una mano por el cabello húmedo—. No digas nada, lobita. Dejá que hable tu olor.
Cata apretó los ojos.
La sal en la piel le quemaba. Las escamas, apenas perceptibles, le picaban. El pecho latía rápido. La garganta estaba seca.
Y aún así, entre sus labios escapó un sonido bajo, gutural.
—Grrr.
Casi imperceptible. Pero presente. Orgánico. Doloroso.
Mar lo escuchó. Y sonrió con los ojos cerrados. Como si ese sonido fuera una caricia en su entrepierna.
—Así te quiero. Rebelde. Pero mía.
Cata quiso levantarse.
El cuerpo no le respondía. Las piernas, entumecidas. Los brazos, flojos. Y el cuello… todavía sujeto por e