083. La Tensión Antes de Devorarnos
Los dos días que siguieron a la incursión en la Sierra de los Volcanes fueron una lección de paciencia y una tortura de quietud. La cueva, que se había convertido en un taller de guerra, ahora era una sala de espera en el purgatorio. Cada sonido del exterior era magnificado, cada ráfaga de viento un posible heraldo, cada silencio una promesa de violencia que no llegaba.
Florencio lo sobrellevaba con una disciplina militar. Pasaba las horas limpiando sus armas una y otra vez, un ritual metódico para ocupar sus manos y su mente. Desmontaba el fusil, aceitaba cada pieza, lo volvía a montar. Su rostro era una máscara de concentración, pero Selene podía ver la tensión acumulada en el músculo de su mandíbula, la forma en que sus ojos se desviaban constantemente hacia la entrada de la cueva, esperando.
Selene, en cambio, lidiaba con la espera de una forma diferente. La inacción era un veneno para ella. Se movía por el espacio reducido como una pantera enjaulada, una energía contenida vibran