061. La Carnada y el Anzuelo
El amanecer se derramó sobre el bosque, una luz fría que no traía promesas, solo la cruda realidad del día que comenzaba. La cabaña, que había sido escenario de confesiones y enfrentamientos, se convirtió en la base de operaciones para una cacería de un tipo diferente. Una cacería de almas.
El plan de Selene era simple en su concepción y brutalmente complejo en su ejecución. Sabía lo que Mar quería: un espectáculo. El atisbo de la bestia. La confirmación de su fetiche. Y Selene se lo iba a dar. Pero no de la forma que Mar esperaba. Le daría migajas, destellos, anzuelos diseñados para atraer a la observadora fuera de su escondite y hacia un terreno donde Selene pudiera controlarla.
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Después de un desayuno tenso, comido en un silencio cargado de estrategia, Selene comenzó su actuación. Salió de la cabaña, dejando la puerta principal entreabierta, un gesto de descuido deliberado. Florencio la observaba desde el interior, oculto tras una ventana, el comunicador en su oído, su cu