060. Un Jardín de Flores Venenosas
La noche cayó sobre la cabaña como un manto de secretos. Selene no pudo dormir. Yacía en la cama, los ojos abiertos en la oscuridad, cada crujido de la madera, cada susurro del viento, magnificado por la tensión. La imagen de Mar, dentro de la cocina, se repetía en su mente como una película en bucle. El pánico en su rostro. La audacia de su invasión. Y el hecho de que ella, Selene, la había encubierto.
La decisión la carcomía. Había protegido a su traidora. A la mujer cuya mirada perversa había profanado la muerte de sus amigas. ¿Por qué? La respuesta era tan fría como pragmática: Mar era su única conexión con Maia. La obsesión de Mar con el mundo sobrenatural, la misma que la había llevado a probablemente aliarse con Elio, era ahora la única pista que Selene tenía para encontrar a su amiga perdida y entender los planes de su enemigo. Mar era un peón, sí. Pero un peón que conocía el tablero enemigo desde adentro. Sacrificarla ahora sería como quedarse ciega en medio de una guerra.
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