062. La Invitación de la Loba
El lamento de Selene se desvaneció en el silencio del bosque, dejando tras de sí un eco de soledad que se adhirió a los árboles y a la piel de quienes la escuchaban. Se quedó arrodillada en el agua helada durante un largo rato, temblando, no solo por el frío, sino por la veracidad de su propia actuación. El dolor que fingía se sentía peligrosamente real. La súplica a una luna que de verdad parecía haberla abandonado era un cuchillo que se clavaba en su propia alma.
Desde las sombras, Mar estaba en un estado de éxtasis y agonía. La vulnerabilidad de Selene era una droga, una visión tan íntima y poderosa que la hacía sentirse una diosa y una miserable al mismo tiempo. Lloraba en silencio, lágrimas de pena por el dolor de su amiga y de una extraña alegría por ser la única testigo de ese momento sagrado. La culpa y el deseo se retorcían en su interior como dos serpientes enroscadas. Quería correr hacia ella, envolverla en sus brazos, decirle que ella la entendía, que ella la adoraba en su