051. El Hambre de la Luna Vacía
El dolor era una marea. Subía, la ahogaba en olas de fuego blanco que le hacían perder el conocimiento por segundos, y luego bajaba, dejándola varada en una orilla de agotamiento y sudor frío. Selene yacía en la cama, el cuerpo un mapa tembloroso de agonía. La herida suturada a la fuerza en su costado era un sol negro que irradiaba dolor a cada rincón de su ser. Pero debajo de esa tormenta de sufrimiento, algo más estaba sucediendo.
Era una sensación sutil al principio, como un cosquilleo en la base de la columna. Un calor que no era de fiebre, sino de vida. Sentía su propia sangre, ahora libre del veneno de la plata, empezar a circular con una nueva energía, una nueva urgencia. Era como un río que, tras haber sido represado, finalmente rompía el dique y comenzaba a fluir de nuevo, arrastrando los restos de la enfermedad.
Las horas se desdibujaron en un ciclo de dolor, sueño y una extraña lucidez. En sus momentos de conciencia, sus sentidos parecían afinarse, desafinarse y volver a a