048.

Florencio y Selene ya no se tocaban.

Después del beso, vino el silencio. Después del silencio, el orgullo. Después del orgullo, el miedo.

Y entre los tres, construyeron un muro.

Ella limpiaba la cocina con movimientos lentos, mecánicos, como si lavara con las manos algo que no se le iba del pecho. Él revisaba mensajes del Congreso. Nombres. Votos. Traiciones.

El olor a jabón llenaba el ambiente.

—Hoy me voy —dijo él, sin mirarla.

—Ya lo sabía —respondió ella, sin dejar de fregar.

—No sé cuándo vuelva.

—Tampoco sé si te voy a esperar.

Florencio tragó saliva. Esa frase no lo dolió. Lo empujó. Lo descolocó. Como si la Selene que había tocado no fuera la misma que ahora secaba un vaso con rabia.

—¿Esto fue todo, entonces?

—No lo sé. ¿Lo fue?

Él dio un paso hacia ella. Pero no la tocó.

—No quiero que esto termine así.

—Entonces no lo termines.

—No puedo quedarme, Selene. Mi equipo ya sospecha. Me van a devorar si me ven débil. Y vos… vos me volvés débil.

Ella giró.

Y ahí estaba.

Otra vez d
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