046. El Lenguaje de la Carne Rota
El tacto de los dedos de Elio sobre su mejilla no era una caricia. Era una toma de posesión. Una afirmación de conocimiento antiguo, de un derecho que él creía tener sobre ella, sobre su piel, sobre su linaje. El aire entre ellos se volvió denso, eléctrico, cargado con el ozono de una batalla que llevaba gestándose años.
—¿Pertenezco? —siseó Selene, apartando la cara de su contacto con un movimiento brusco—. Yo no pertenezco a nada que huela a vos, a traición, a cenizas.
—Mentís —respondió él, su voz un ronroneo bajo y peligroso, la sonrisa torcida nunca abandonando sus labios—. Olés a soledad, Selene. Y la soledad siempre busca un eco. Yo soy tu único eco. El último de los nuestros que entiende tu idioma.
—El único idioma que quiero hablar con vos se pronuncia con los dientes en tu garganta —replicó ella, dando un paso atrás, el cuerpo entero una cuerda de violín tensada al límite.
Y entonces lo dijo. La acusación que era el motor de su vida, la brújula de su odio.
—Mataste