046.
La tarde caía con una lentitud insoportable. El cielo comenzaba a teñirse de un naranja sucio, y las gaviotas chillaban sobre los techos como si supieran que algo se venía. Algo que no podía evitarse.
Selene se cambió. Pantalón ajustado. Remera negra. Botas.
El cuerpo le dolía de haber dormido mal. Y de haber deseado peor.
Florencio seguía adentro. Frente a la computadora portátil que había traído desde Buenos Aires. Las notificaciones no paraban de llegar.
—¿Querés privacidad? —preguntó ella desde la puerta del cuarto.
—Siempre la tuve. Incluso cuando estabas al lado mío.
—¿Eso es un reclamo?
—Eso es lo que siento. Que dormí con alguien que no estaba.
Selene no dijo nada. El aire olía a despedida. Pero no había equipaje armado.
Florencio giró en la silla. La miró de frente.
—¿Tenés idea lo que significa para mí tener que fingir que no sospecho lo que sos?
—¿Y qué sospechás?
—Lo suficiente para tener miedo. Lo suficiente para querer quedarme igual.
—Entonces no te vayas.
—Entonces no