037. Me Llamo Selene y es lo que me queda
El fuego en la chimenea era un animal hambriento, el único ser en la cabaña que parecía tener certezas. Sus llamas proyectaban sombras largas y temblorosas que danzaban sobre las paredes de madera, sobre el rostro de piedra de Florencio, sobre la figura acurrucada de Selene. Afuera, el bosque había vuelto a un silencio antinatural, preñado de los ecos de la violencia reciente.
Selene estaba hundida en el viejo sillón de cuero. La chaqueta de Florencio era un caparazón pesado sobre su cuerpo desnudo. El cuero gastado olía a él, a la pólvora de su arma, y ahora también a ella, a la tierra húmeda del bosque, al miedo y a la sal de su propio sudor. Era un olor a alianza forzada, a tregua impuesta por el horror.
Apretó las manos alrededor del vaso de whisky. Sus dedos estaban fríos, pero el licor bajaba por su garganta como un río de fuego líquido, un calor prestado que intentaba alcanzar el frío que se había instalado en sus huesos. La mirada estaba fija en la forma en que el pañuelo roj