037.
El agua había secado, pero la piel seguía húmeda.
Selene no se cambiaba de ropa desde hacía dos días.
No porque no pudiera. Sino porque no encontraba sentido.
El abrigo viejo que llevaba encima conservaba el olor de otra casa, de otra mujer, de otro tiempo.
Lo que vestía no era abrigo. Era armadura emocional.
El cuerpo no dolía. Pero sí algo más profundo: el lugar donde antes temblaba la loba. Ese rincón íntimo donde la luna hablaba en un idioma que ya no existía.
Lo que se apagaba en ella no era el deseo. Era el permiso.
El permiso para desear sin culpa. El permiso para arañar sin disculpas.
Pero algo en su piel seguía latente. Un eco. Una memoria. Una respuesta sin estímulo.
🌑 🌊 🐾
Florencio estaba en Mar del Plata. Había viajado esa misma mañana por una reunión política de perfil bajo, para inspeccionar discretamente las zonas costeras afectadas por los disturbios licántropos, y el avance de la “Ley del Padrinazgo” en provincias costeras.
Por casualidad (o instinto), se hospedaba