Los flashes estallaban como fuegos artificiales en el salón abarrotado de la librería más famosa de Madrid. Los rostros ansiosos formaban una fila que serpenteaba entre estanterías, todos esperando un momento con la mujer que, con cada palabra impresa, los hacía arder por dentro.
—Gracias, Elena. Tus libros me ayudaron a conocerme —dijo una joven con el rostro enrojecido mientras recibía su ejemplar firmado.
Elena sonrió, esa sonrisa elegante que parecía ensayada frente al espejo. Su manicura negra brillaba bajo las luces y su traje de cuero entallado marcaba una silueta diseñada para el control. Sabía exactamente lo que proyectaba: poder, misterio y una promesa de placer prohibido.
—Me alegra saberlo, cariño,que nunca te dé miedo desear —respondió, su voz una caricia cargada de autoridad.
Cada firma, cada susurro, cada mirada mantenida más de lo necesario, formaban parte del juego. Elena no solo escribía sobre erotismo, lo encarnaba. Era la reina indiscutible de la novela erótica con