El café donde lo habían citado tenía un aire elegante, demasiado frío para el encuentro que se avecinaba. El suelo de mármol reflejaba la luz artificial de las lámparas, y el aroma a espresso recién molido parecía un disfraz, un velo dulce que escondía lo que en verdad iba a ocurrir allí.
Isolde llegó puntual, como siempre lo hacía cuando sentía que algo importante estaba en juego. Había recibido el mensaje esa mañana, redactado con una precisión quirúrgica:
"Señorita Isolde, la espero esta tarde a las cinco. No falte. - RichardBlackwood"
El padre de Dorian.
Había leído esas palabras una y otra vez hasta grabarlas en su mente. Sabía que no podía ignorarlas. Richard Blackwood no era un hombre que repitiera una invitación; la convertía en orden.
Respiró hondo antes de entrar, y al cruzar la puerta lo vio enseguida. Estaba sentado en una mesa apartada, con vista directa a toda la sala, como un general vigilando un campo de batalla. El traje impecable, la corbata oscura, y esa mirada afi