La habitación del hospital estaba sumida en un silencio casi opresivo. Dorian permanecía recostado, el vendaje en su costado le recordaba cada segundo que todavía no estaba listo para volver a la guerra, ni a los negocios turbios que giraban alrededor de su familia. Sin embargo, lo que más pesaba en su mente no era la herida, sino la traición. Octavio, su medio hermano, había vendido su secreto más grande a Richard. Y esa traición no se podía quedar impune.
Desde niño, Dorian había aprendido que en la familia Blackwood no existía espacio para la debilidad. Ni para la ternura. Su madre, Helena, lo había traído al mundo, pero jamás lo protegió del carácter duro y despiadado de Richard. Él había sido su sombra constante, la medida exacta de lo que significaba ser un Blackwood, disciplina, control y un poder absoluto sobre los demás.
Con su madre no existía relación alguna, no eran confidentes, ni siquiera aliados silenciosos. Helena había preferido mantenerse distante, desde su divorcio