Valeria se enteró de la ruina financiera de su padre no por su boca, sino por los gritos sordos que salían de su despacho. Cuando finalmente salió, su rostro estaba pálido y roto, y el nombre de Demian Vieri era la única sílaba audible.
La furia de Valeria fue inmediata, una lava ardiente que no admitía miedo. Demian había cruzado una línea inaceptable. Usar a su padre y su dinero era el antítesis de su libertad. No le debía nada a nadie, y mucho menos a un mafioso posesivo.
Con la adrenalina impulsándola, Valeria se dirigió al corazón del imperio de Demian. Al llegar al piso de su oficina, entró como un huracán. Su presencia, con el cuerpo rellenito y el paso firme, era un contraste dramático con el silencio pulido y las figuras esbeltas que poblaban la recepción.
Los empleados la miraron con el horror silencioso reservado para los desastres naturales.
Valeria: (Su voz era un trueno) __Quiero ver a Demian Vieri. ¡Ahora! __
La secretaria de Demian, una mujer rubia y perfectamente