La primera regla de la noche era el anonimato, la segunda, la absoluta libertad. Ambas ardían en el aire condensado de la suite, destrozadas bajo la presión de un deseo primario, crudo y sin ataduras El aire escapaba de los pulmones de Valeria en un jadeo ronco. Sus uñas se aferraban a los músculos firmes de la espalda de él, trazando líneas rojas que prometían moretones, su miembro entra sin atadura, mientras que su boca posa en unos pechos de Valeria y en el otro su mano cuál majesajeba. No era una sumisión, era una igualdad feroz en él placer. Su cuerpo, desnudo ante el lejos de ser la figura que la sociedad intentaba confinar, era el centro de su propia gravedad, el motor de la pasión que lo consumía a él. Era ella quien marcaba el ritmo con una sensualidad desinhibida, impulsada por años de no querer deberle nada a nadie. Dándola vuelta la vuelve a penetrar, ella grito, pero del mismo placer que buscaba hace rato. Pues este hombre no solo se la está cojiendo, se la está comiend
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