CAPÍTULO 64: MANSIÓN DE HIELO
Eden
Rusia huele a frío. No al frío elegante de los perfumes caros o al que se siente al abrir el congelador para robar helado a medianoche, no. Huele a ese tipo de frío que se te mete en los huesos y amenaza con quedarse a vivir ahí. Incluso antes de aterrizar, ya lo siento. Como si el país entero fuera un preludio gélido de lo que me espera.
Desde la ventanilla del jet privado, Moscú parece una pintura helada: cúpulas doradas bajo cielos de acero, calles cubiertas de una nieve tan blanca que lastima los ojos, y una arquitectura tan imponente que parece gritar poder desde cada ladrillo. Todo es gris, elegante y frío. Las personas en las calles caminan rápido, con los rostros ocultos tras bufandas y abrigos que cuestan más que mi departamento entero. Incluso el sol parece tener miedo de salir aquí.
Durante el trayecto desde el aeropuerto, observo cómo la ciudad va quedando atrás, reemplazada por kilómetros de bosque que se extienden como un mar helado. La