CAPÍTULO 43: CITA CON FREZZER
Eden
Las semanas pasan más rápido de lo que me atrevo a admitir. El pent-house ha dejado de parecer un refugio temporal y se ha convertido, lentamente en un hogar. No lo digo en voz alta porque me aterra la idea de acostumbrarme demasiado. Dmitry va y viene con ese rostro tallado en hielo, ese andar de pantera silenciosa y peligrosa, pero cuando me mira —realmente me mira—, algo se quiebra en su máscara y no sé si debería huir o quedarme y permitir que él me destruya y me reconstruya a su antojo.
Entre sus idas y venidas, yo también hago lo mío. Buscar trabajo en esta ciudad es como pelear contra un enjambre de abejas rabiosas, pero, milagrosamente, consigo un puesto en una empresa de desarrollo de software. Nada espectacular, pero al menos no tengo que venderme ni limpiar vómitos ajenos. Soy buena programando, siempre lo fui. Lo que no tuve fue el lujo de una universidad. Ahora, con algo de tiempo y mucha terquedad, comienzo a aplicar. Ya veremos si me a