CAPÍTULO 12: EL LOBO Y EL CORDERO
Eden
No importa cuántas veces restriegue el piso o sacuda los muebles, mi mente sigue atormentándome con el maldit0 beso. No porque haya sido un beso inolvidable ni nada por el estilo. No. Es porque lo permití. Porque Nikolai Volkov me besó como si fuera su derecho y yo, en lugar de reventarle la mandíbula de un golpe, me quedé ahí como una estatua inútil.
Reprimo un gruñido y restriego la esponja con más fuerza en la encimera de la cocina, como si fuera su maldit4 cara. Si ese cretino vuelve a intentar algo, le voy a voltear la cara de una bofetada así pierda mi trabajo. Si voy a sobrevivir en este lugar, al menos voy a hacerlo con algo de dignidad intacta.
Después de lo que parecen siglos, la jornada termina y, con el cuerpo agotado, me meto en mi habitación. Apenas cierro la puerta, mi mano se desliza bajo el colchón para sacar mi teléfono. Oficialmente no tengo permitido tenerlo, pero ¿Acaso sería yo si no rompiera alguna regla?
Marco el número de