Cada semana, mi Alfa Bruce llevaba a una mujer distinta a casa, y frente a mí, en nuestra propia cama, se entregaba al desenfreno. Cada traición desgarraba mis sentidos; dolía como si unas garras afiladas me abrieran el alma. Él me odiaba; por eso me torturaba, una y otra vez, burlándose de mi confianza con su traición carnal. La noche de nuestro décimo aniversario llevó a la amante que había mantenido en secreto durante cinco años hasta nuestro territorio. Ella calzaba mis tacones, vestía mi traje de gala hecho a medida y lucía el anillo y el collar que yo había creído símbolos de nuestra promesa. Él, de pie ante todos los invitados, se burló: —¿No te gusta su vestido? Quítate el tuyo y dáselo. Ah, y esta noche no necesito que me atiendas. Ella es cien veces mejor que tú en la cama. La multitud estalló en carcajadas, convirtiéndome en su objeto de burla. Pero yo me levanté con calma y lo miré: —Quiero romper el vínculo. Él reaccionó como si oyera el chiste más aburrido: —Eso lo has dicho cien veces; ya me harté. ¿De verdad estás dispuesta a renunciar al puesto de Luna? Te arrastraste para que te marcara; tú te aferraste sin dignidad. La gente volvió a reírse a carcajadas. Pero ellos no sabían que, de todas esas cien veces, esa vez yo estaba decidida a terminar con esa agonía. Esa vez no lo quería ni a él ni al poder y la gloria de ser su Luna. Había decidido romper por completo el lazo de nuestras almas.
Leer más—¡El que se sobrepasa eres tú, ladrón despreciable! Me arrebataste a mi compañera destinada.Bramó Bruce, y hasta sacó del bolsillo una foto de boda para exhibirla.—¡Mírenla bien! Es mi esposa, mi pareja predestinada.La multitud se agitó en murmullos.Todos sabían algo del pasado de Bruce y me observaban con desconcierto.Pero yo lo había olvidado todo: no recordaba nada de antes.—¿Tu esposa? ¿Llegaron siquiera a marcarse?Wolvent soltó una risa helada; su rostro hermoso se volvió cenizo de ira y el fuego en su aura se avivó.Le apreté la mano y sonreí con suavidad.—No te enojes, no vale la pena.Él me devolvió una mirada que me tranquilizó.Bruce, al vernos, respiró entrecortado; quiso hablar, pero no le salieron palabras.Claro… él y Celina se vieron obligados a romper el vínculo.Aquella noche, la gente del Clan Sol Radiante lo acorraló; sopesando ventajas y riesgos, lo forzaron a anular la marca. Con los ancianos insistiendo y medio ebrio, disolvió el contrato de pareja ante el
Tras un día de reflexión me sentí en paz: tener a mis padres de sangre era, al fin y al cabo, algo bueno. Ellos suspiraron aliviados al ver que lo aceptaba.Conversando supe que mis padres pertenecen al Clan Sol Radiante, en Ciudad Oscura; papá es su Alfa y mamá, la luna. Yo era la niña de sus ojos.El Clan Sol Radiante es más poderoso que los clanes Luna Oscura y Clan Oscuro juntos; ante ellos, esos dos clanes quedan en un segundo plano.Hace años, mamá viajaba conmigo cuando unos lobos errantes nos atacaron. Papá acudió al rescate, pero en la confusión rodé por un barranco.Tenía apenas seis años y el golpe en la cabeza me borró la memoria.De ahí que no recuerde nada de antes de esa edad… y de ahí también que mis padres adoptivos jamás me mostraran verdadero cariño: solo sabían exigir y sacar provecho.En el fondo, también les fallé; su muerte pesa sobre mi conciencia.¿Se compensan nuestras culpas?No lo sé… pero ya partieron; no tiene caso seguirlo cavando.—Dime, ¿has recordado a
—Me equivoqué, Celina.—El odio me nubló; en el fondo sí te amaba, pero estaba ciego a mis propios sentimientos.—Desde que te fuiste intenté ahogar todo con alcohol, pero cuanto más bebía, más te extrañaba.—Desperté tarde y apenas ahora entiendo que te amo.—Vuelve conmigo. Serás la única dueña de la casa y te daré todo mi amor.Pronunció cada palabra con humildad, casi sin atreverse a mirarme.Si me lo hubiera dicho hace diez años, quizá lo habría perdonado; pero un amor que llega tarde vale menos que un perro abandonado, y yo ya no lo necesito.Sonreí con frialdad, aferrada al brazo de Wolvent; apoyé la cabeza en su hombro y respondí serena:—Llegas demasiado tarde.—Desde la primera vez que pedí romper el vínculo supe que, al pronunciarlo cien veces, lo haría realidad. Esas cien peticiones ya se cumplieron.—Con cada intento se agotó mi amor por ti.—Ya no te amo.Aunque reí, la punzada en el pecho seguía allí; diez años de amor y dolor no se arrancan de golpe.Bruce negó con la c
Cuando la casa quedó en silencio, Bruce seguía intranquilo, así que salió a beber con unos amigos, decidido a emborracharse.Unos días después, por boca de Wolvent supe que Bruce había echado a todas las mujeres y obligado a Moye a abortar.Moye, destrozada, deambulaba como un fantasma.Me sorprendió; creí que ella sería la excepción, pero ni siquiera a ella le permitió tener a su hijo.En diez años varias mujeres quedaron embarazadas; Bruce jamás dejó que ninguna diera a luz, ni siquiera yo.Recuerdo que, a un mes de la boda, quedé embarazada. Se lo conté radiante y él me arrastró sin piedad a interrumpirlo.Nunca olvidaré cómo ordenó que me ataran y, entre insultos, me escupió que no merecía parir, que aquella vida sería mi expiación.Al parecer, solo la niña de sus recuerdos habría sido digna.Estos días Wolvent me acompaña a diario; si nota mi tristeza, me cuenta chistes para animarme.Nos hemos vuelto tan cercanos que ya no tenemos secretos.—Ven, prueba —me ofreció—. Preparé este
Bruce entró en mi habitación y se quedó estupefacto ante el desorden.Tras interrogar a los sirvientes, descubrió que las otras mujeres habían saqueado mi ropa y mis joyas.Levantó del suelo la foto de nuestra boda, pisoteada y sucia.Era aquella tomada en la playa: yo reía, acurrucada contra su pecho, rebosante de dicha.Ahora, en mis ojos solo queda tristeza.Apretó el retrato; en su mirada bullían emociones encontradas.—¡Guau, qué lindo este vestido!—El collar también es precioso.—¡Y el anillo ni se diga!Las voces de sus amantes llegaban desde el pasillo; Bruce frunció el ceño hacia ellas.—Sin Celina nadie nos lava la ropa.—Ni quien nos dé masajes.—Eso sí: como sirvienta, impecable, ja, ja.Al oírlas, su rostro se puso de piedra; la mano en el picaporte tembló y las venas se le marcaron. El remordimiento asomó en sus ojos.Quizá entonces comprendió que fue él quien me empujó a marcharme.Antes, con tal de torturarme, les permitía humillarme.Cuanto más sufría yo, más satisfec
La herida era apenas un corte; con cuidado sanaría sin rastro. Aun así, Bruce me culpó y me insultó.Intenté defenderme, pero no me creyó.Abatida, me refugié varios días en la habitación de mi madre, buscando consuelo.Al enterarse, Moye apareció hecha una furia.—Así que esta es tu mamá… Lástima que esté paralítica —soltó con sorna al acercarse a la cama, y tiró del cable del respirador.—¡No lo toques! —exclamé, corriendo a sujetar el enchufe. Sin embargo, ella dio un tirón y el aparato se desplomó.—Me dejaste una cicatriz; ¿de verdad crees que voy a permitirte vivir tranquila? —escupió, con una satisfacción vengativa en la mirada.Por reflejo levanté el respirador y volví a conectarlo.Justo entonces Bruce entró y presenció la escena.Extendí la mano para comprobar la respiración de mi madre, pero era tarde; sin la máquina ella no podía valerse y su corazón se detuvo al instante.—¡Mamá! —grité, desgarrada, mientras me desplomaba y las lágrimas brotaban sin control.
Último capítulo