Capítulo 6
Bruce entró en mi habitación y se quedó estupefacto ante el desorden.

Tras interrogar a los sirvientes, descubrió que las otras mujeres habían saqueado mi ropa y mis joyas.

Levantó del suelo la foto de nuestra boda, pisoteada y sucia.

Era aquella tomada en la playa: yo reía, acurrucada contra su pecho, rebosante de dicha.

Ahora, en mis ojos solo queda tristeza.

Apretó el retrato; en su mirada bullían emociones encontradas.

—¡Guau, qué lindo este vestido!

—El collar también es precioso.

—¡Y el anillo ni se diga!

Las voces de sus amantes llegaban desde el pasillo; Bruce frunció el ceño hacia ellas.

—Sin Celina nadie nos lava la ropa.

—Ni quien nos dé masajes.

—Eso sí: como sirvienta, impecable, ja, ja.

Al oírlas, su rostro se puso de piedra; la mano en el picaporte tembló y las venas se le marcaron. El remordimiento asomó en sus ojos.

Quizá entonces comprendió que fue él quien me empujó a marcharme.

Antes, con tal de torturarme, les permitía humillarme.

Cuanto más sufría yo, más satisfec
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