En la cena de gala por nuestro décimo aniversario, todos me observaban con ojos cargados de ironía, burla y desprecio.
—Ella jamás romperá el vínculo; esta vez pongo un millón sobre la mesa.
—Yo apuesto cinco millones.
—Diez millones a que no lo hará.
Apostar si Bruce y yo romperíamos el vínculo se había convertido en el juego predilecto de cada aniversario. Y, con cada fracaso, las apuestas crecían.
Algunos querían que demostrara dignidad; otros disfrutaban viendo mi cobardía. Si ganaban, me despreciaban; si perdían, me odiaban.
—¡Yo apuesto a que sí lo rompe!
Una voz grave y nítida brotó entre la multitud. Todos se giraron, sorprendidos, y le rogaron que retirara su apuesta.
Guiada por el murmullo, miré en su dirección: solo alcancé a ver un perfil atractivo, desconocido para mí. Sonreí con amargura; al parecer, esa vez solo un extraño creía que me atrevería a cortar el vínculo.
Y no era para menos: había vacilado diez años antes de decidirme de verdad.
Con gesto sereno me quité el anillo y el collar de bodas y se los tendí a la mujer junto a Bruce. Se llamaba Moye, era joven y hermosa; llevaba cinco años siendo su amante.
—Si el anillo no te queda, llévalo a la joyería y que lo ajusten. El vestido tendrá que esperar; iré a cambiarme y le pediré a un sirviente que te lo traiga. Ah, y en la casa viven otras amantes; si tienes dudas, pregúntales a ellas.
En diez años de matrimonio Bruce había instalado en casa a mujeres de todo tipo, una cada año. Por suerte, como Alfa del Clan Oscuro, tenía poder y dinero para mantenerlas. Fuera, incluso bromeaban diciendo que vivía en una especie de poligamia primitiva.
—Bruce, rompamos el vínculo ahora mismo.
Lo había pedido cien veces, pero ese día era la primera vez que lo presionaba.
Bruce soltó a Moye y me miró atónito.
—¿Estás loca? ¿Otra vez jugando al gato y al ratón?
Suspiré y respondí con calma:
—No pasa nada. Elige el momento y cooperaré.
Me di la vuelta para marcharme, pero apenas di un paso cuando Bruce me sujetó el brazo con fuerza.
—Celina, ¿pretendes irte sin quitarte el vestido?
Fruncí el ceño, confundida.
—¿Quieres que me lo quite aquí?
—Ese vestido simboliza el rango de Luna y tú no lo mereces. Desvístete —ordenó.
Me encogí sin responder.
—¿Qué tiene de difícil? Tu padre también te desnudó y te puso en mi cama aquel día. Si vas a irte, hazlo tan desnuda como llegaste. Si no quieres quitarte la ropa, arrodíllate ante Moye y limpia con la lengua el polvo de sus zapatos.
Lo miré horrorizada. Eso era pisotear mi dignidad.
Las carcajadas y los silbidos estallaron entre la gente.
Yo lo amaba sin remedio, pero él solo tenía ojos para su amiga de la infancia.
Para convertirme en Luna, mi padre le había pedido a una bruja un elixir que había provocado el celo del marcado; Bruce y yo pasamos una noche de pasión.
Después, mi padre lo hizo público y, como líder del Clan Oscuro, Bruce tuvo que celebrar la ceremonia de Luna.
Su amiga de la infancia no había soportado la noticia; condujo hasta la frontera y unos lobos rufianes la atacaron y la mataron.
Desde entonces, él nos culpaba a mi padre y a mí de su muerte, y no dejaba de torturarme.
Cada vez que se acostaba con otra, me obligaba a llevarles condones y verlo todo, para que mi loba y yo sintiéramos la puñalada de la traición.
Había vivido ese infierno durante diez años.
Ya no podía más.
—Está bien, me desnudaré.