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Dejé a mi compañero infiel por mi hijo

Dejé a mi compañero infiel por mi hijoES

Cuento corto · Cuentos Cortos
Gloria  Completo
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Resumen
Índice

Llevo cinco años enamorada del Alfa Javier. Habíamos acordado celebrar la ceremonia de Marcado ese día, pero él me lo ocultó... y marcó a otra loba. —María está embarazada de mi hijo. ¡Ese niño será mi heredero! Javier lo anunció con orgullo, compartiendo la “buena noticia”. Todos a su alrededor aplaudían y celebraban. Yo, de pie en medio de la manada, ignoré la mirada desafiante que María me lanzó desde sus brazos. Cuando la ceremonia estaba a punto de terminar, me di la vuelta sin decir palabra. Sabía que ya no tenía lugar allí, así que regresé a la casa que compartía con Javier, recogí mis cosas y me marché. Lo seguí hasta su manada por amor, pero ahora que ese amor ya no existe, también es hora de irme.

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Capítulo 1

Capítulo 1

Estaba empacando mis cosas cuando Javier regresó con María.

Al verme, tenía el rostro lleno de culpa.

—Zulema, por favor, entiéndeme. Soy un Alfa, necesito un hijo que herede mi lugar.

—Es joven, fuerte... muy fértil —me explicó Javier, — Tú y yo llevamos años juntos y nunca pudiste concebir. Cuando María tenga al bebé, romperé el vínculo de pareja con ella. ¿Está bien?

No le respondí.

Pero él interpretó mi silencio como aceptación.

—Sabía que lo entenderías. Tú también esperas a este bebé, ¿verdad?

—Cuando nazca, te lo dejaré a ti. Serás su madre. María... le daré una buena cantidad de dinero y la mandaré lejos.

Le sonreí levemente, sin decir una palabra.

Él me acarició la cabeza con ternura.

—Sabía que me entenderías. Por cierto, como María está embarazada, no es seguro que siga viviendo fuera, así que…

—Así que decidiste traerla a nuestra casa, ¿cierto? —lo interrumpí.

Javier dudó un momento, como si midiera mi reacción.

—Es que... aquí puedo cuidarla mejor...

Me mostré tranquila.

—Claro. Que se quede en mi habitación entonces. Es más grande y tiene mejor ventilación.

Javier pareció aliviado, pero al ver mis maletas, su sonrisa se congeló.

—¿A dónde vas con todo eso? —frunció el ceño y me tomó del brazo con fuerza.

María salió y se interpuso entre nosotros.

Me miró con lástima, sus bonitos ojos llenos de lágrimas.

—No, Zulema, no te vayas. Si no te gusta verme, puedo quedarme en el sótano...

—¿Cómo crees que te voy a dejar en el sótano? —Javier frunció el ceño y soltó mi brazo, poniendo su mano en el hombro de María. —¡Tú eres lo más importante para esta familia ahora!

Lo miré, y por dentro solo sentí lo ridículo de la escena.

—Entonces…

María me lanzó una mirada lastimera, luego volvió a ver a Javier.

Él se volvió hacia mí.

—Mira, será mejor que te vayas a vivir a otro lado por un tiempo. Cuando María tenga al bebé, te llamo para que regreses.

Tomé mis maletas. Al pasar junto a Javier, le dije en silencio dentro de mí: No hace falta. Este lugar ya no es mi hogar.

Y me fui sin mirar atrás.

Fui hasta el lago.

Esperé a que no hubiera nadie alrededor y, al fin, las lágrimas que tanto había contenido comenzaron a caer.

Ese era el lugar donde Javier y yo nos prometimos amor eterno.

Las palabras que me juró alguna vez seguían repitiéndose en mi cabeza.

No entendía cómo el mismo Javier que ayer me abrazaba con tanto amor, hoy rompía nuestro vínculo sin siquiera mirar atrás... y con María iba a tener un hijo.

¿Solo por un heredero? No lo creía.

De pronto, escuché un pequeño sollozo.

En un hueco no muy lejos, encontré una cría de lobo.

Estaba muy delgada y débil, con una herida en la pata. Apenas podía mantenerse en pie.

La levanté con cuidado y la acerqué a mi pecho.

—¿Tú también estás sola?

La cría no se resistió. Sacó su lengua rosada y lamió las lágrimas de mi rostro.

Como si quisiera borrar mi tristeza.

Al mirarla, pensé que quizá era un regalo de la Diosa Luna. Una forma de decirme que no tenía que estar sola.

La llevé a mi cabaña.

Cuando no estaba con Javier, yo vivía sola ahí.

Después de alimentarla, la lobita se fue recuperando. Poco a poco, pudo sostenerse sobre sus patas.

Esa misma noche, me dormí con mi nueva familia en la pequeña cama.

Antes de que amaneciera, me despertaron unos golpes fuertes en la puerta.

Era la madre de Javier, doña Elizabeth.

Ella siempre creyó que no era suficiente para su hijo Alfa. Me despreciaba abiertamente.

En cuanto abrí la puerta, me lanzó una mirada llena de desdén.

—¿Dónde estuviste toda la noche? ¿No sabes que las tareas del hogar te estaban esperando? Ni sirves para tener hijos ni para ser útil. ¡No entiendo qué le vio mi hijo a alguien como tú!

Ya no intenté agradarle como antes. Mi expresión era fría.

—Ya me fui de esa casa. ¿Javier no te lo dijo?

—Y además —agregué, — la pareja de Javier es María. Las tareas deberías encargárselas a ella, no a mí.

—¡María está embarazada! ¿Cómo se te ocurre ponerla a hacer labores? —me echó los ojos. — Se nota que nunca has tenido hijos, no entiendes lo que es un embarazo.

Apreté los dientes.

¿Cómo no iba a saber lo que es un embarazo?

Yo también estuve embarazada del hijo de Javier.

Pero lo perdí al salvarle la vida…

Casi muero yo también.

Cuando me dijeron que probablemente ya no podría volver a concebir, lloré como nunca.

Javier me abrazó con los ojos llorosos y me juró que no importaba, que me amaría aunque nunca tuviéramos hijos.

Y yo… le creí.

Jamás imaginé que solo eran promesas vacías.

Me sequé los ojos con fuerza. No quería seguir discutiendo con la madre de Javier.

De pronto, apareció María. Se acercó con voz débil, como si fuera víctima de todo.

—Doña Elizabeth, no regañe a Zulema. Ella tiene razón. Las tareas son mi responsabilidad.

—No me siento tan mal, solo un poco mareada y con náuseas. Pero estoy bien, puedo hacerlas…

No terminó de hablar cuando comenzó a hacer arcadas, cubriéndose la boca.

—¡Mírala nada más! —Elizabeth me fulminó con la mirada. — ¡María se siente pésimo y tú aún quieres que trabaje! ¡Qué vergüenza deberías tener!

Me empujó con fuerza.

Retrocedí un par de pasos.

La lobita que había salvado se acercó tambaleándose y se paró frente a mí.

Cuando quise agacharme para cargarla, María se me adelantó y la alzó.

—¿De quién es esta cría?

Parecía sorprendida, pero rápidamente cambió su cara por una sonrisa dulce.

—¡Qué linda está!

Pero su sonrisa era falsa. Mientras hablaba con voz suave, presionaba con fuerza la pata herida de la cría.

La lobita soltó un aullido de dolor y, por reflejo, la mordió.

—¡Aaaah! ¡Lárgate, bicho asqueroso!

María, llorando del dolor, lanzó a la lobita al suelo con violencia.

Corrí hacia ella, pero justo en ese momento, Javier entró y me empujó con fuerza.

—¡Zulema! ¿Qué demonios le hiciste a María?
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