Javier sintió una punzada aguda en el pecho.
Retrocedió unos pasos, apenas logrando mantenerse en pie. Incluso su voz temblaba sin control:
—¿Qué… dijiste?
El patrullero miró con incomodidad el rostro pálido del Alfa, dudando si debía repetir sus palabras. Pero antes de decidirse, fue brutalmente empujado por una fuerza imparable.
Javier salió corriendo del cuarto médico sin mirar atrás, ignorando los chillidos histéricos de Elizabeth:
—¡Javier, ¿a dónde vas?!
No respondió. Corrió como un loco, sin preocuparse por la dignidad ni la compostura que se esperaban de un Alfa.
No se detuvo hasta llegar al bosque profundo, donde aún quedaban rastros de la lucha entre Zulema y el jabalí.
Javier cayó de rodillas al suelo, completamente derrotado.
Había un gran charco de sangre, aterrador. Y ese olor… ese era el aroma de Zulema.
Todo cazador con experiencia sabía que una loba que perdía tanta sangre tenía muy pocas posibilidades de sobrevivir.
—¡Zulema! —gritó Javier con desesperación.
Su aullid