Un silencio denso cayó en la habitación. El médico abrió los ojos con incredulidad. Leonardo, en cambio, sintió que su paciencia se rompía en mil pedazos.
—¿Fingir? —repitió en un tono tan bajo y peligroso que incluso Miguel pareció dudar por un momento.
Miguel se mantuvo firme.
—Tú no entiendes. Alanna siempre ha sabido manipular las cosas a su favor. Se está aprovechando de la situación para no ayudar a la familia.
Leonardo sintió cómo su control se desmoronaba. ¿Cómo podía ser tan ciego? Miguel, su propio hermano, estaba dejando que Alanna se deteriorara solo por su orgullo y su desprecio hacia ella.
Dio un paso hacia él, su rostro completamente frío.
—Voy a encargarme personalmente de esos exámenes. Y te advierto, Miguel… Si llego a descubrir que tu negligencia ha puesto en peligro su vida, te haré arrepentirte de cada palabra que acabas de decir.
Miguel sostuvo su mirada por un segundo, pero algo en los ojos de Leonardo lo hizo tragar saliva y dar un paso atrás.
Sin más, Leonardo