La tarde caía lentamente sobre la ciudad, tiñendo el cielo de un naranja cálido que se desvanecía con cada minuto. La mansión Sinisterra permanecía en aparente calma, pero en su interior se gestaba una conversación que cambiaría el rumbo de todo.
En el estudio familiar, la señora Sinisterra se encontraba sentada frente a la chimenea, con una taza de té intacta entre las manos. Miguel entró sin tocar, con el rostro tenso y los ojos bajos, como si intuyera que aquella charla no sería fácil.
—Mamá, me dijiste que querías hablar conmigo con urgencia —dijo mientras se sentaba frente a ella.
La mujer alzó la vista, sus ojos grises tenían una profundidad distinta, una mezcla de dolor, decisión y una tristeza que se le pegaba al alma.
—Miguel… necesito que hablemos de Allison.
El joven frunció el ceño, incómodo. Su relación con Allison había sido compleja desde siempre. Se criaron como hermanos, pero la distancia emocional que ella generaba era innegable. Aun así, había aprendido a tolerarla,