El primer rayo de sol del sábado se coló por las ventanas de la casa Salvatore, iluminando suavemente cada rincón con esa calma engañosa que solo los fines de semana sabían traer. La brisa movía apenas las cortinas y un silencio apacible reinaba… al menos en apariencia.Leonardo se levantó temprano, decidido a comenzar el día de otra manera. Como en los viejos tiempos, preparó café recién molido, tostadas con mantequilla, jugo de naranja natural y unos huevos revueltos que siempre le salían mejor de lo que él admitía. Mientras ponía la mesa, una sonrisa leve se dibujaba en su rostro. Quería acercarse a Alanna… quería recuperar esa complicidad que había sentido quebrarse tras la integración.Alanna apareció minutos después, con el cabello suelto, una bata ligera y esa expresión serena que solo quienes han aprendido a ocultar el torbellino interno saben llevar.—Buenos días —dijo él, con una dulzura medida.—Buenos días —respondió ella, sentándose con cuidado frente al plato.El aroma e
El ambiente en la casa Salvatore se sentía espeso, como si cada rincón guardara un secreto que se negaba a salir. Alanna había pasado toda la noche sin dormir, con las palabras de Alexa repitiéndose en su mente una y otra vez como una melodía perturbadora. La supuesta “venganza” que mencionó frente a Leonardo no había sido explicada, y aunque él intentó calmarla, ella no era ingenua. Sabía que algo se escondía detrás de todo esto… y el silencio de su esposo no hacía más que confirmarlo.—Necesito hablar contigo. ¿Por Favor a mi cuarto? —dijo Alanna con un tono de seriedad.El rostro de Sabrina cambió por un breve instante, una sombra de duda cruzó por su expresión, pero se levantó sin preguntar.—Claro, vamos.Entraron en silencio. Alanna cerró la puerta con calma, caminó hacia la cama y se sentó. Sabrina permaneció de pie, como si presintiera lo que estaba por venir.—Siéntate —dijo Alanna, señalando el colchón frente a ella.Sabrina obedeció, aunque con cierta incomodidad.—¿Pasa al
La mansión de los Sinisterra lucía imponente bajo la luz tenue del atardecer. Las paredes de mármol, los ventanales con cortinas de terciopelo y los candelabros que ya comenzaban a iluminar la estancia no podían ocultar el frío que reinaba en el corazón de la casa… un frío que parecía emanar directamente de su señora.Allison estaba sentada en su butaca favorita, esa que daba hacia el jardín de rosas negras que tanto cuidaba. Tenía una copa de vino en una mano y el celular en la otra. En el auricular, la voz nerviosa de Alexa intentaba sonar segura, aunque se notaba a leguas su incomodidad.—¿Cómo que nada funcionó? —espetó Allison con frialdad, sin molestarse en disimular su enojo—. ¿Tú me estás diciendo que no fuiste capaz de arrastrar a esa estúpida frente a toda la empresa?Del otro lado, Alexa balbuceó una excusa torpe sobre la carrera, el mar, la integración. Pero Allison no tenía tiempo ni paciencia para debilidades.—¡Inútil! —rugió Allison—. ¿Cómo es posible que no puedas con
El reloj de pie del vestíbulo marcaba las nueve de la mañana con un campanazo grave cuando Allison descendió por las escaleras, como siempre lo hacía: impecable, serena, con su vestido blanco marfil que contrastaba con su oscuro cabello cuidadosamente peinado. Caminaba como si nada pudiera perturbarla, como si la vida fuera exactamente como debía ser.—Buenos días, mamá —dijo con una voz melosa, la misma con la que solía envolver a todos—. ¿Dormiste bien?La señora Sinisterra alzó la vista desde su taza de té. El sonido de esa voz le erizó la piel. Sus ojos se encontraron con los de su hija, y por un segundo, sintió la garganta cerrarse. Porque ahora sabía. Sabía lo que esa mujer, su propia hija, había hecho.—Sí… —respondió, esforzándose por no quebrarse—. Dormí bien, gracias.Allison caminó con soltura hasta sentarse a su lado. Tomó un croissant del plato y le sonrió con dulzura.—¿No es un día precioso? Pensaba salir a montar a caballo más tarde. ¿Me acompañarás?La señora Sinister
La mansión Sinisterra estaba en completo silencio, apenas interrumpido por el eco lejano del reloj de péndulo en la sala principal. Era la hora de la cena y, como cada noche, el comedor había sido preparado con esmero: un mantel de lino blanco impecable, candelabros con velas encendidas, platos alineados con precisión matemática y copas brillando como joyas bajo la luz tenue.Pero esa noche, el ambiente era distinto. Frío. Distante. Como si el aire mismo estuviera cargado de una tensión invisible que ninguno de los presentes podía ignorar.Allison fue la última en entrar. Caminaba con elegancia, el cabello perfectamente peinado, un vestido azul oscuro que resaltaba sus ojos… y una expresión serena que rozaba la arrogancia. Saludó con un “buenas noches” apenas audible y se sentó sin mirar a nadie, como si estuviera muy por encima de las circunstancias.La señora Sinisterra, estaba sentada a un costado de Alberto, el patriarca. Había bajado notablemente de peso en las últimas semanas, s
A la mañana siguiente, el aire en la mansión Sinisterra estaba más denso que de costumbre. El murmullo de los empleados y el roce de las cortinas no lograban opacar el peso que colgaba en el ambiente. La señora Sinisterra había dormido poco, si es que había dormido algo. Tenía la mirada cansada, pero el rostro firme cuando pidió que Miguel se reuniera con ella en el jardín trasero, lejos de oídos y ojos curiosos.Él llegó puntual, con el ceño fruncido, sabiendo que su madre no lo llamaba a ese lugar sin razón de peso. Se sentó frente a ella, en una de las sillas de hierro forjado bajo la pérgola donde alguna vez compartieron desayunos en familia. Pero esta vez, el clima era distinto.Detrás de uno de esos rosales, muy quieta, tan inmóvil como una piedra, Allison escuchaba con los sentidos agudos como un animal cazador. Había notado los cambios en su madre, la forma en que la miraba últimamente, como si algo se hubiese quebrado. La había seguido con cautela, oculta entre los arbustos,
El cielo estaba cubierto de nubes espesas cuando Miguel Sinisterra descendió del auto negro estacionado frente al convento Santa María. Su figura alta y elegante destacaba incluso entre la niebla húmeda de la mañana. Llevaba un traje oscuro, sin corbata, el cuello ligeramente abierto y una gabardina que apenas se movía con el viento. Caminaba con la seguridad de quien siempre ha sido obedecido sin objeciones. Su sola presencia imponía respeto, incluso sin emitir palabra.El convento era una edificación centenaria, de muros altos y piedra antigua. A su alrededor, los jardines estaban pulcramente cuidados, como si cada flor y cada hoja hubiera sido colocada a propósito para aparentar calma. Pero Miguel no se dejaba engañar por la belleza. Él estaba allí por otra razón, una que hervía bajo su piel con cada paso que daba: descubrir la verdad sobre lo que su hermana Alanna había vivido entre esas paredes.Cuando tocó la puerta de hierro forjado, una joven monja lo recibió con los ojos muy
La noche había caído sobre la mansión Salvatore, pero el silencio no traía paz. Alanna caminaba sola por el jardín trasero, con los brazos cruzados, como si intentara protegerse del frío y del peso de sus pensamientos. El cielo despejado dejaba ver las estrellas, pero ella no alzaba la vista. Su mente estaba muy lejos, anclada en un nombre, en una palabra, en un rostro.Venganza.Desde que escuchó a Alex pronunciar esa palabra con tanto veneno, algo dentro de ella había comenzado a romperse. Nunca antes había sospechado, nunca había querido pensar que el amor podía ser una estrategia, que el afecto que recibía de los Salvatore, especialmente de Leonardo, pudiera tener un origen en la traición.Pero desde entonces, no podía dormir sin preguntárselo.Y no fue solo Alexa. A los pocos días, mientras caminaba por uno de los pasillos, se detuvo al escuchar la voz de Bárbara detrás de una puerta entornada. Hablaba con Leonardo. El tono era tenso, casi suplicante:—Tarde o temprano lo sabrá,