La brisa salada aún envolvía la atmósfera cuando Leonardo y Alanna comenzaban a levantarse del lugar donde habían compartido aquella conversación tan íntima. El ambiente entre ellos se había tornado distinto: no era solo alivio ni orgullo, era una conexión real, sincera, construida a fuego lento.
Pero la paz no duró.
—Vaya, vaya... qué escena más conmovedora.
La voz cargada de veneno de Alexa rompió el instante como una piedra estrellándose contra el cristal. Ambos se giraron al mismo tiempo. Allí estaba ella, con su vestido blanco agitado por el viento, los brazos cruzados y una sonrisa maliciosa dibujada en los labios.
—¿No es adorable cómo interpretas tu papel de esposo enamorado? —le lanzó a Leonardo con una mirada calculadora—. Casi me lo creo… si no fuera porque conozco tu verdadera intención.
Leonardo frunció el ceño. Dio un paso al frente, interponiéndose ligeramente entre Alanna y Alexa.
—No empieces, Alexa.
—¿No empezar qué? —fingió inocencia—. ¿Decir la verdad? ¿Recordarle