El primer rayo de sol del sábado se coló por las ventanas de la casa Salvatore, iluminando suavemente cada rincón con esa calma engañosa que solo los fines de semana sabían traer. La brisa movía apenas las cortinas y un silencio apacible reinaba… al menos en apariencia.
Leonardo se levantó temprano, decidido a comenzar el día de otra manera. Como en los viejos tiempos, preparó café recién molido, tostadas con mantequilla, jugo de naranja natural y unos huevos revueltos que siempre le salían mejor de lo que él admitía. Mientras ponía la mesa, una sonrisa leve se dibujaba en su rostro. Quería acercarse a Alanna… quería recuperar esa complicidad que había sentido quebrarse tras la integración.
Alanna apareció minutos después, con el cabello suelto, una bata ligera y esa expresión serena que solo quienes han aprendido a ocultar el torbellino interno saben llevar.
—Buenos días —dijo él, con una dulzura medida.
—Buenos días —respondió ella, sentándose con cuidado frente al plato.
El aroma e