El sol de la mañana se filtraba con suavidad por las cortinas de lino en la casa de Leonardo. El ambiente era sereno, casi engañosamente apacible, como si quisiera ofrecerle a Alanna un momento de respiro antes de que el mundo volviera a girar con su habitual brutalidad.
Estaba en el jardín, con las manos cubiertas de tierra, dándole forma a una hilera de hortensias nuevas. El contacto con la naturaleza le permitía enraizarse, sentir que aún tenía el control de algo. No de su pasado, ni del peso de su apellido, pero al menos de aquellas flores que florecerían si ella lo decidía.
El timbre sonó, cortando la quietud.
Se levantó con calma, se limpió las manos con una toalla que llevaba colgada del bolsillo trasero del pantalón y caminó hacia la entrada. Al ver por el monitor de la cámara que Bárbara