Alanna caminaba por el pasillo silencioso de la residencia Salvatore, con un libro entre las manos, cuando notó que la puerta del estudio estaba entornada. Dudó por un instante, pero algo en su pecho le susurró que debía entrar. Empujó suavemente la puerta y lo vio.
Leonardo estaba de pie, de espaldas, con la mirada perdida en la ventana. Su postura tensa, sus hombros rígidos, como si cargara un peso que no se decidía a soltar.
—¿Todo bien? —preguntó ella con suavidad.
Leonardo giró apenas el rostro y la miró. Su expresión era inescrutable, como si una tormenta rugiera por dentro pero no pudiera permitirse mostrarla.
—¿Qué quería tu tía? —insistió Alanna, acercándose un poco más, intentando descifrar el silencio.
Él no respondió. En lugar de eso, la tomó por la cintura con delicadeza, la atrajo hacia sí y la envolvió en un abrazo que no era solo de amor, sino de necesidad… de miedo… de redención.
Alanna se quedó quieta al principio, sorprendida por la intensidad del gesto. Luego, lent