Lucía
Floto.
Entre dos respiraciones, entre el recuerdo y la realidad, entre las cenizas aún tibias de la noche y el fuego brutal de la mañana que regresa. Mis párpados están cerrados, pero mi vientre se despierta bajo una tensión familiar, un calor apremiante, una fiebre carnal que ya me hace temblar. No me muevo, contengo la respiración, pero lo siento todo, adivino la posición de su cuerpo contra el mío, la sábana apartada, su piel desnuda, su sexo duro contra mis nalgas, su respiración ronca que raspa mi nuca como el aliento de una bestia en caza.
Sus manos suben lentamente, como en un sueño repetido mil veces, sus dedos rozan el hueco de mi rodilla, la curva de mi muslo, la línea de mi cadera, y tiemblo. No habla, todavía no. Me toca. Me roza como si me reencontrara, como si me hubiera esperado durante años. Luego su boca, ardiente, húmeda, se cierra sobre mi nuca, y gimo, suavemente, arqueando la espalda.
— Mmh…
Quiero hablar, protestar quizás, pero no encuentro nada más que est