Armyn avanzaba por el bosque con paso firme, aunque cada crujido bajo sus botas le recordaba que la montaña no perdonaba el cansancio. Las ramas se mecían, susurrando advertencias que el viento arrastraba entre los árboles. Su loba interior estaba alerta, vigilante, inquieta desde que habían iniciado el ascenso.
A su lado, Riven caminaba despacio, como si cada paso fuera una ofensa al silencio sagrado del territorio que pisaban. No había rastro de su arrogancia habitual, pero eso no le impedía hablar con ese tono altivo que ella tanto odiaba.
—¿Y qué? —dijo él con voz baja, pero cargada de veneno—. Entonces, ¿renunciarás a ser Alfa para convertirte en mi omega concubino?
Las palabras colgaron en el aire, ásperas, provocadoras.
Los ojos de Riven brillaron, no con burla, sino con rabia contenida.
—Armyn, deja de humillarme —bufó, acercándose peligrosamente a ella—. Ayer no parecías tan molesta… la pasaste bastante bien.
Armyn rodó los ojos con exasperación, sin dignarse a responder. Ese