Armyn quiso negarse. Quiso ordenar a su cuerpo que se apartara, que resistiera, que no respondiera al llamado salvaje de su mate. Pero su loba interior rugió dentro de ella, desafiándola, exigiendo lo que la mente rechazaba.
Era como si dos voluntades se enfrentaran en su interior: la mujer herida que aún guardaba rencores… y la loba que reconocía, sin dudas, al único macho capaz de domarla.
Riven no le dio tiempo para pensar. La tomó con fuerza, levantándola a horcajadas sobre sus caderas.
El contacto fue explosivo. Su lengua invadió su boca con una determinación feroz, reclamando terreno, marcando un vínculo que nunca había terminado de romperse.
Armyn sintió cómo su voluntad temblaba, cómo su respiración se volvía un jadeo urgente.
Antes de que pudiera apartarlo, Riven la dejó caer suavemente sobre la cama. El sonido de la tela rasgándose llenó la tienda cuando él le arrancó el vestido con una brutalidad controlada. Ella no llevaba sostén. Su piel quedó expuesta al roce del aire frí