El silencio de aquel bosque helado se quebró cuando una sombra emergió entre los árboles.
Primero fue un murmullo, un crujido casi imperceptible… y luego, de golpe, aparecieron su Beta, su Gamma y el resto del ejército de Ígnea, moviéndose tan rápido que apenas parecían seres terrenales.
Su llegada fue una tormenta brutal.
Los intrusos, los hombres que habían rodeado a Armyn, no tuvieron la menor oportunidad.
En un parpadeo, todos cayeron.
El Beta, aun jadeando, tomó a Armyn por el brazo.
—¡Mi Reina, debemos irnos ya! —susurró con urgencia, temblando al percibir un olor que no esperaba—. Si Alfa Riven nos encuentra aquí, si él… si llega a verla, descubrirá quién es usted en realidad, y aún no estamos listas para eso.
Armyn, con su pequeña criatura temblando entre sus brazos, asintió aunque su corazón se rompiera por dentro.
Ella también había sentido esa presencia feroz acercarse, ese aroma que conocía mejor que el aire mismo: su compañero destinado, el lobo que la había rechazado si