Al escuchar el grito desgarrador, Armyn sintió cómo una oleada de instinto la invadía. Sin pensarlo dos veces, se transformó en su forma lobuna, su cuerpo adoptando la majestuosa figura del lobo que llevaba dentro, y corrió hacia la fuente del sonido.
La noche era oscura, pero su aguda percepción le guiaba con precisión.
Cuando llegó, la escena que encontró la dejó helada: la criada yacía muerta en el balcón, su cuerpo inerte manchado de sangre.
Un pergamino, cubierto con ese mismo líquido vital, reposaba a su lado, como un oscuro presagio.
Los guardias llegaron poco después, pero al ver solo un ave volar lejos, se sintieron confundidos.
—¡Hibrimorfos! —exclamó Armyn, una mezcla de temor y rabia brotando en su pecho. La amenaza era real, y su manada estaba en peligro.
—¡Quiero que pongan arqueros expertos! —ordenó, su voz, resonando con autoridad. —Cualquier ave que esté cerca de las casas de la manada y tenga una actitud sospechosa deberá ser exterminada. También enviaré dosis de “Sue