Tena respiró hondo, sintiendo cómo la verdad que había cargado durante años ardía en su pecho como un veneno listo para derramarse.
“Soy una hibrimorfa, pensó con una mezcla de orgullo y odio hacia sí misma. Una criatura nacida entre dos mundos, diseñada para ocultarse, para mentir, para sobrevivir”
Había vivido escondida, adoptando formas que nadie sospechara. Pero su secreto más grande —el que jamás permitiría que nadie descubriera— era la naturaleza de su transformación. No se convertía en una loba poderosa, ni en una alfa. No. Su forma era la de una simple loba omega. El rango más baja.
La menos peligrosa. La más subestimada. Y justo eso había sido su arma.
Durante tal vez años, Tena había interpretado ese papel con una maestría impecable. Fingió fragilidad, obediencia, sumisión. Lo hizo para acercarse a Riven, para seducirlo mientras lo hacía creer que ella había arriesgado la vida para salvar a su pequeño hermano.
Todo un teatro diseñado para que bajara la guardia ante ella. Para