Tena escuchó pasos, aproximarse por el corredor de piedra, un sonido seco y firme que retumbaba como un corazón acelerado dentro del silencio pesado de la habitación. Su cuerpo reaccionó antes siquiera de pensarlo: un estremecimiento recorrió su columna y, envuelta en un impulso de pánico, abandonó su forma lobuna.
La transformación la dejó jadeando, con el corazón golpeándole el pecho.
A toda prisa limpió con sus manos desnudas los restos de polvo del suelo y empujó con torpeza los frascos que había intentado ocultar segundos antes.
El cuerpo frágil de Luna Phoebe yacía en el piso, temblando apenas. Tena se arrodilló junto a ella, no por devoción, sino por el miedo a que la descubrieran en el momento equivocado. Aun así, debía actuar. Tenía que fingir.
Levantó la cabeza hacia el techo y dejó escapar un aullido desgarrado.
—¡Ayuda! ¡Ayuda, por favor! —gritó con desesperación, aunque por dentro hervía una emoción muy distinta.
La puerta se abrió con violencia. La sirvienta encargada de